jueves, 28 de abril de 2011

¿vos y yo? no creo...

En los últimos 6 días, 4 minas (dos grupos de dos en dos situaciones distintas) que no estaban para nada mal me encararon por la calle. Semejante fenómeno me hizo pensar en la siguientes tres cosas:

1. Parece que no estoy tan mal.
2. Evidentemente doy pinta de hetero, algo que de todas formas tenía en cierto modo claro porque cada vez que conozco a un pibe saca el tema minas lo más cómodo (y con algunos que me conocen desde hace ya un tiempo sucede exactamente lo mismo). Acepto que los adolescentes de sexo masculino no son de lo más atentos, pero yo sigo teniendo cierta fe ingenua en su sagacidad.
3. Creo que debería comprarme alguna de esas pulseras que vociferan "soy un puto orgulloso"; además de evitarme explicaciones incómodas, quizás también me ayude a que la proporción hombres/mujeres que me encaran incremente -ya sea porque más de estos se me lanzan o porque menos de aquéllas se confunden de target-.

En definitiva: qué difícil es ser gay y discreto.

martes, 26 de abril de 2011

a la mañana

No creo poder asegurar si es algo recurrente para la mayoría, pero sí voy a decirles que algunas mentes piensan apenas se despiertan cómo esperan que va a ser el día por venir. Claro que el "apenas" es más bien un eufemismo, no sea cosa que ustedes crean que "apenas" uno se levanta -momento en el que se abren los ojos, se respira el primer hedor del día y se ordenan los pensamientos ("dónde estoy, quién soy y qué debo hacer ahora")- ya efectúa ese tipo de balances. Generalmente sucede mientras se desayuna, o en la ducha, quizás cuando nos enjuagamos el pelo y nos entregamos a esa sensación única que crea el jabón al correr hacia abajo. Y en ese momento los sentimientos se hamacan entre la ansiedad de lo que está por venir y el desamparo por lo que no queremos que llegue: Horas que nos gustaría que se esfumaran, horas a las que no vemos la hora de llegar. Para externalizar, es decir en simultáneo, muchas veces dibujamos una sonrisa o ensayamos una caída de párpados.

Pero si la vida fuese tan sólo una sucesión de horas cuya jerarquía ya conocemos de antemano, posiblemente no merecería ser vivida.  ¿Qué sería de nosotros sin los imponderables? Hay quienes creen que -o, más bien, quieren creer que- pueden controlar toda circunstancia para evitar ser sorprendidos; no los juzgo, lo impredecible muchas veces asusta. Sin embargo, posiblemente extrañaríamos incluso aquellas pequeñas pavadas que no tardan más que horas en arribar al olvido. Sí, claro: no siempre lo imprevisible es agradable, ni bienvenido; pero es parte de aquello que nos lleva a seguir caminando, a probar lo nuevo, a hacer esas estupideces que siempre pensamos que van a dar resultado. Es ese azar el que nos ayuda a salir de la ducha: ese que al optimista le dice que hoy puede ser el día, y ese que al pesimista lo desvela en cada momento.

Y ahora estoy en el parque. Quizás no sea el mejor día. Quizás sea por vos. Quizás sea por mí. Pero hoy el día está fresco, y levanto la mirada y el cielo sigue ahí. Entonces sonrío. Me pregunto por qué y no encuentro ponerle palabras a la respuesta. Quizás sea por vos. Quizás sea por mí. Quizás tengan razon quienes dicen que la felicidad está en las pequeñas cosas, en aquellos fugaces y, por suerte, imprevisibles instantes.

lunes, 25 de abril de 2011

reglas

típico: antes de empezar a conocer a alguien te decís a vos mismo "no debo ilusionarme, no quiero ilusionarme". Pero en el camino, a veces, te perdés. A veces esa cercanía con los sentimientos, con los pensamientos más profundos del otro generan ese fenómeno muchas veces indeseable, ese que queremos aplazar, que esperamos que con un abrir y cerrar de ojos se disuelva en la nada. Claro que esto se potencia cuando uno no solamente está solo, sino que además sufre esa soledad. Y, así, transformamos cada mínima señal, cada mínimo gesto, cada escueto comentario, en toda una historia para contar, una que casi siempre cuenta con más páginas de las que debería tener. Son las secuelas de la soledad, de sentir que pareciera que nunca va a ser el momento para nosotros de ser felices con alguien. Y entre más lo pensamos, más nos desesperamos, y menos creemos que ese día llegará. El consejo es el de siempre: tener fe en un mismo, olvidarnos de esa inseguridad, aprender a convivir con uno mismo y, sobre todo, a esperar.

Mientras tanto, nuestra regla va a continuar siendo violada eternamente.